Wednesday, January 11, 2017

¡Quiero mi barquito!

Me puse a leer diarios de Herzog, de esos que vas escribiendo lo que te pasó en el día. Leí uno que va tomando notas mientras camina (!) en invierno de Munich a Paris (“Del caminar sobre hielo”) y estoy leyendo el que escribió mientras filmaba Fitzcarraldo (“La conquista de lo inútil”). El encanto se lo da que va escribiendo sin pensar mucho y (aparentemente al menos) sin editar no sólo cosas que pasaron si no cosas que sintió, sueños, etc., todo mezclado sin casi solución de continuidad. Fitzcarraldo es un peliculón increíble que cuenta una gesta absurda de un europeo que quiere hacer pasar un barco bastante grande de un río de la selva peruana a otro arrastrándolo arriba y abajo de una montaña. Bueno no es una montaña, es una elevación, pero la gesta hace que la piense como una montaña. Lo genial es que para filmar la película Herzog fue a la selva profunda peruana (varios días río arriba del aeroparque más cercano), construyó un barco… ¡y lo pasó de un río a otro arrastrándolo arriba y abajo de una montaña! ¡Lo que hace que la gesta real fuese más absurda que la de ficción!

Acá viene lo que me desconcierta. El personaje del guion tenía un motivo comercial para hacer eso, quería comerciar caucho en una región de difícil acceso. ¿Cuál es la motivación de Herzog para hacer semejante locura? No terminé el diario pero vi hace un tiempo el documental sobre la filmación—que es tan hipnótico como la película. El tipo pasó no sé cuántos meses internado en la selva, en condiciones pésimas, haciendo varios viajes insoportables de vuelta a Estados Unidos para tratar de conseguir más presupuesto porque siempre se le acababa, odió con fervor la naturaleza que lo atacaba, tuvo que resolver guerras entre tribus de indios que no lo dejaban filmar… ¿Por qué quería tanto pasar ese barco de un río al otro por una montaña?

Mi problema es que la emoción que más me viene cuando pienso sobre esta historia es envidia. Quiero eso. Quiero querer tanto algo, tener un objetivo clarísimo que no me pase todo el perro tiempo cuestionándome y que me lleve decididamente a la acción. ¡Quiero ese barco! Y nunca lo tuve ni creo que lo vaya a tener. Tener algo así no diría que te hace feliz en el sentido caricaturesco que se tiene de la felicidad. Herzog aparentemente la pasaba para el orto. Pero te tiene que simplificar la vida. Si querés tanto algo, es fácil poner todo lo demás supeditado a eso y Actuar.

Me pregunto si no tener norte no es un tema generacional. Si pienso en los amigos con los que charlo me cuesta acordarme de alguno creyendo mucho en un Objetivo. Uno ayer me decía que una pregunta jodida para hacerle a alguien es “¿para qué hacés lo que hacés?”. Casi todas las respuestas de mi generación son del tipo “no sé, de algo hay que vivir”. Así es muy difícil. Inclusive tener familia parece más algo que fue saliendo que un objetivo cumplido. Otra cosa que me hace pensar que sea algo que define a una época—a mi generación y capaz otras alrededor—es que no logro ni concebir cabalmente el concepto de Objetivo. Incluso los tiempos que trabajé muchísimo (haciendo ciencia) no me creía por qué lo hacía (siempre me pareció que era más para alimentar mi ego que otra cosa). Esa carencia me sugiere que es un concepto que no flotaba en nuestra cultura en los tiempos que nos criamos. No lo mamamos.

No sé qué pensaría Herzog al respecto. Tal vez más adelante en su diario aparezcan algunas pistas. Pero segurísimo que no es “que se yo, de algo hay que vivir”. Si quería filmar ese guion para vender películas podía hacer subir un barquito de plástico en un estudio en Los Angeles, como le sugirieron sus productores. Claro tal vez no sea generacional, tal vez sea la norma, y tipos como Herzog son excepciones que por ser excepcionales se hicieron famosas. Eso no quita que le envidie mucho su barquito.


D.L.
Natal, 11 de Enero de 2017


Saturday, December 31, 2016

El amor jodido

¿Leyeron “El Amor Brujo” de Arlt? Arlt siempre me pareció tan buen escritor como tipo jodido. Porque tenía un talento raro para escribir rápido y diferente. Pero usaba ese talento para joderte la vida un poco. A Arlt le gustaban mucho más las máquinas que las personas. Por eso se deleitaba describiendo el proceso de galvanización (o algo por el estilo) de rosas de cobre pero para hablar de personas siempre bajó al fango. Entre autores rioplatenses de esas épocas el único que me viene a la cabeza que le gane en su desprecio por la condición humana fue el Onetti temprano, el de “El Pozo”. ¿Qué le habrá pasado a Onetti para proclamar (¿a sus tiernos veintipocos años?*) semejante asco por su especie? ¿No describía en una parte a un bebito como un animal patético gateando en la mierda? Aflojá un poco, hermano. Pero volviendo al amor brujo. Cuando lo empecé a leer hace unos años pensé “¡Qué lindo! En algún momento de su vida Arlt se enamoró… y tal vez desde el Amor por una mujer pudo empezar a querer un poco al Hombre”. Para qué. Si quieren pensar eso lean sólo hasta la mitad. El tipo viene y me escribe páginas y páginas de Pasión, de esa pasión que reinventa a la persona—y por lo tanto al Mundo porque el mundo existe en la percepción de esa persona—sólo para hacerme el entre y tirarme desde bien alto al fondo del pantano de la miseria emocional. Para colmo la primera parte llega a ser cursi. La verdad que sólo se lo iba perdonando porque era él y me enternecía creerlo enamorado. Pero ese nivel de cursilería a Herman Hesse nunca se lo perdoné por ejemplo. Arlt no se enamoró. O si se enamoró le fue muy mal.

Pero en realidad quería hablar de otra cosa. O bueno, también quería hablar de otra cosa: de la revolución sexual. El núcleo de la tensión en esa novela es la virginidad—o la falta de ella, nunca se sabe—de la afortunada destinataria de las pasiones de Estanislao**, el narrador de la historia. Estanislao está enamorado pero empieza a sospechar que lo están caminando (o descansando, como me enseñó mi hermano el otro día). ¿Cómo es la cosa? La chica esta tiene una madre, y la madre parece una vendedora de autos usados. ¡Usados! ¿La mina esta no estará usada ya y se la quieren vender por nueva? Y acá viene lo increíblemente maravilloso que les quiero hacer notar. Esta novela fue escrita en los años 30**. ¡Pasaron ocho décadas y que esto sea el núcleo de una tensión tan fuerte nos parece absolutamente ridículo! ¡Quién soy yo para andar ni preguntándole a una mina que me gusta si ya estuvo con otros! No es que no me interese, me interesa como me interesa saber si ya conoce Montevideo, porque al final esta hipotética chica me gusta y me interesan las cosas que la llevaron a ser como es. Pero no es algo que ni por lejos se me ocurra cobrarle. De hecho muchos amigos me dirían que preferirían mucho que no sea virgen. A mi no-tan-tierna edad de 38 ya te diría que yo también. Ahora hagan el siguiente ejercicio: pongan este cambio de la sociedad en un contexto verdaderamente histórico. ¿80 años te parece mucho? ¿Desde hace cuántos milenios que los hombres sólo le hacían el supuesto gran honor de casarse a mujeres que estuvieran nuevas? Si ya tuvieron sexo con otro no valían nada. O valían sólo como prostitutas. Prostitutas como las con que los mismos hombres se acostaron muchas veces antes de casarse y se seguirían acostando muchas veces después. Ojo no soy tan injusto de echarle la culpa a todos esos individuos. Los cambios sociales no los hacen los individuos, los hacen las sociedades. 80 años al lado de milenios no es nada, hermano. Nos tocó ver de cerca una revolución social gigantesca. Ok todavía no está completa, todavía seguimos lavando el machismo generación por generación, pero avanzó ya muchísimo. Y nos toca ver hoy otras revoluciones, como las de libertad de género, que vienen con un poquito más de atraso pero vienen fuerte.

En fin quería proponerte esa perspectiva. Tenemos una tendencia a pensar que nos tocó vivir tiempos medio pavotes, en que la Historia está quieta y sólo va cambiando el modelo de celular. Despertate y olé las sábanas, estamos en el medio de una Revolución.


D.L.
Vuelo São Paulo – Natal, 31/12/2016

* Ah no, lo busqué y tenía 30. Se ve que le costó empezar a publicar.
** Estas cosas las tuve que buscar después de aterrizar, en un café no me hubieran salido.


Wednesday, December 28, 2016

No me gustan los lugares lindos

No me gustan los lugares lindos. No me gustan con sillones cómodos, con una propuesta estética trabajada, que te sirve infusiones y comiditas interesantes. Me gustan feos. Me gustan con sillas de plástico, algunas rotas, con un menú limitado y simple, para elegir fácil comida y bebida de la que no te vas a acordar en unos días. Tardé en entender por qué. ¿Por qué estar incómodo si ahí cerca hay otro lugar que estás cómodo? ¿Por qué tomar un café medio quemado si podías juntarte a tomar un express bien hecho? Pero ahí está la clave: juntarte. Me gusta juntarme. Y en juntarse lo que importa es el otro, y uno mismo en su relación con el otro. Necesitar de un interés ajeno a esa comunión es aceptar antes de empezar que no te alcanza con el otro. Y eso es una tristeza a la que no puedo sumarme.

Voy a comentar algo de neurociencia, que es de lo que trabajo. Unas amigas estudian procesos de memoria usando ratas. A veces le presentan un objeto para poder medir al día siguiente cuanto se acuerda la rata de ese objeto. Pero ¿cómo hacer para que la rata le dé bola a ese objeto y no a las otras docenas de cosas que están pasando a su alrededor? Si yo fuera rata le prestaría mucha más atención a la persona que me agarró del lomo y me puso en una caja grande, a los olores en el cuarto donde está la caja, a la caja en sí. Para que se le dedique atención al objeto, ellos acostumbran primero a la rata al resto de las cosas (todo igual, pero sin el objeto). Y por haberle prestado atención, al otro día se acuerda. Se me ocurre que por eso los viejos cafés de barrio tienen ese encanto social. Además de ser simples, distraer poco, si vas todas las semanas al mismo lugar el lugar se borra. Lo que sobrevive es lo nuevo, lo que están generando las personas a tu alrededor y lo que eso te está generando a vos. Si vamos a tomar algo, una semana después me gustaría no acordarme de lo que tomé. Me gustaría acordarme de una propuesta que me hiciste, de una frase buena que tiraste, de un retruque bueno que te hice (tengo esa vanidad).

Vivo en Brasil ahora, en una ciudad que para mí es un pueblo grande. Y me doy cuenta que me da muchísimo más de lo que pensaba. Me da un grupo social hermoso y un montón de lugares feos para disfrutarlo.

D.L.
Coghlan, 28/12/2016