No me
gustan los lugares lindos. No me gustan con sillones cómodos, con una propuesta
estética trabajada, que te sirve infusiones y comiditas interesantes. Me gustan
feos. Me gustan con sillas de plástico, algunas rotas, con un menú limitado y
simple, para elegir fácil comida y bebida de la que no te vas a acordar en unos
días. Tardé en entender por qué. ¿Por qué estar incómodo si ahí cerca hay otro
lugar que estás cómodo? ¿Por qué tomar un café medio quemado si podías juntarte
a tomar un express bien hecho? Pero ahí está la clave: juntarte. Me gusta
juntarme. Y en juntarse lo que importa es el otro, y uno mismo en su relación con
el otro. Necesitar de un interés ajeno a esa comunión es aceptar antes de
empezar que no te alcanza con el otro. Y eso es una tristeza a la que no puedo
sumarme.
Voy a
comentar algo de neurociencia, que es de lo que trabajo. Unas amigas estudian
procesos de memoria usando ratas. A veces le presentan un objeto para poder
medir al día siguiente cuanto se acuerda la rata de ese objeto. Pero ¿cómo
hacer para que la rata le dé bola a ese objeto y no a las otras docenas de
cosas que están pasando a su alrededor? Si yo fuera rata le prestaría mucha más
atención a la persona que me agarró del lomo y me puso en una caja grande, a
los olores en el cuarto donde está la caja, a la caja en sí. Para que se le
dedique atención al objeto, ellos acostumbran primero a la rata al resto de las
cosas (todo igual, pero sin el objeto). Y por haberle prestado atención, al otro
día se acuerda. Se me ocurre que por eso los viejos cafés de barrio tienen ese
encanto social. Además de ser simples, distraer poco, si vas todas las semanas
al mismo lugar el lugar se borra. Lo que sobrevive es lo nuevo, lo que están
generando las personas a tu alrededor y lo que eso te está generando a vos. Si
vamos a tomar algo, una semana después me gustaría no acordarme de lo que tomé.
Me gustaría acordarme de una propuesta que me hiciste, de una frase buena que
tiraste, de un retruque bueno que te hice (tengo esa vanidad).
Vivo en
Brasil ahora, en una ciudad que para mí es un pueblo grande. Y me doy cuenta
que me da muchísimo más de lo que pensaba. Me da un grupo social hermoso y un
montón de lugares feos para disfrutarlo.
D.L.
Coghlan, 28/12/2016
Coghlan, 28/12/2016
Acá tenés un restorán al que vamos seguido en mi oficina. Tiene todo lo que le pedís, me parece: taburetes de plástico, comida barata, podés escribir en las paredes.
ReplyDeletehttps://goo.gl/maps/cDjdUFqk1Xt
Acá un buen ejemplo de lugar feo de Natal al cual Diego va seguido:
ReplyDeletehttps://imagesus-ssl.homeaway.com/mda01/cd721729-93d4-42a9-b6d9-dfdc72f8c49f.1.10
por lo menos tiene mesas de plástico...
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